Autos y motos que cruzan el desierto y que provocan altas dosis de adrenalina, son -indirectamente- los culpables de un daño irreparable al patrimonio de Tarapacá. Es lo que ha pasado esta semana con el XI Rally de Atacama y -en palabras de un economista- se trata de las externalidades negativas de un deporte que es incompatible con un territorio rico en vestigios milenarios.